EL CUESCO DE D. JUAN
No era don Juan dado a oratorias ni amigo de palabras en demasía, mas siendo hidalgo de no mucho entendimiento, sentose donde mandáronle, sin entrar en dialécticas ni reparar que en ésas, sus entrañas pudieran talvez dar cuenta del copioso condumio con que por almuerzo húbose regalado antes de asistir al mortuorio.
Acomodose pues en lugar poco acertado dada su situación: no era su gracia la picardía, siendo así que el pánfilo fue a parar a la vera de una vieja alcahueta de afiladas napias que velaba al cadáver.
Caliente debía de estar aún el difunto cuando las tripas del mancebo recordáronle la digestión, mas parco en el habla cual monje en cuaresma, no atreviose a confesar el mal que le aquejaba mientras se dolía en retortijones provocados por su reciente agasajo, siendo así que por no perturbar, quedose en su asiento junto al muerto y la alcahueta. Entre llanto de plañideras, pensó se camuflaría el cuesco y el efluvio: bien podría atribuirse al muerto. Aliviose pues un poco, mas las afiladas napias de la vieja, más agudas que las entendederas de don Juan, pronto supieron de la procedencia de tal miasma y hete aquí que el mancebo, por la obra y milagro de Dios, viose de repente provisto de osada desfachatez, culpando al finado y la calor reinante.
Corriose la voz en la villa y fue desde aquel funesto velorio que hubo fama de que don Juan había trocado su apocamiento por descaro, tornándose falaz, cuesquero y calumniador de difuntos.
Acomodose pues en lugar poco acertado dada su situación: no era su gracia la picardía, siendo así que el pánfilo fue a parar a la vera de una vieja alcahueta de afiladas napias que velaba al cadáver.
Caliente debía de estar aún el difunto cuando las tripas del mancebo recordáronle la digestión, mas parco en el habla cual monje en cuaresma, no atreviose a confesar el mal que le aquejaba mientras se dolía en retortijones provocados por su reciente agasajo, siendo así que por no perturbar, quedose en su asiento junto al muerto y la alcahueta. Entre llanto de plañideras, pensó se camuflaría el cuesco y el efluvio: bien podría atribuirse al muerto. Aliviose pues un poco, mas las afiladas napias de la vieja, más agudas que las entendederas de don Juan, pronto supieron de la procedencia de tal miasma y hete aquí que el mancebo, por la obra y milagro de Dios, viose de repente provisto de osada desfachatez, culpando al finado y la calor reinante.
Corriose la voz en la villa y fue desde aquel funesto velorio que hubo fama de que don Juan había trocado su apocamiento por descaro, tornándose falaz, cuesquero y calumniador de difuntos.
4 comentarios
tequila -
Lo escribí como un ejercicio de imitación de estilos.
La verdad es que es fácil, en este caso; sólo que hay pegarle duro al hipérbaton.
Gracias.
Besos:
Lola.
Goreño -
Pablo -
Saludos.
NOFRET -
Y encima echarle la culpa al muerto, vaya irreverencia!
Tienes una forma de narrar muy peculiar y personal, con un cierto dejo antiguo.